18/08/2023
¿Por qué es tan importante validar las emociones? ❤️
Vivimos en una sociedad que ensalza las emociones agradables como la alegría o el amor. Sin embargo, aquellas más difíciles de transitar como la tristeza, la culpa o la rabia, suelen poseer una muy mala fama. Todos en nuestra niñez hemos recibido comentarios del tipo “no llores”, “no te pongas así”, “no es para tanto”... Mensajes que, aunque bienintencionados, tratan de anular los estados internos incómodos.
La realidad es que todas nuestras emociones son necesarias, ya que siempre aparecen por una razón. Por eso, clasificarlas como positivas o negativas es un error que nos impide relacionarnos de manera saludable con cada una de ellas. Es cierto que algunas son más agradables que otras, pero en cualquier caso debemos verlas como aliadas y nunca como enemigas. Escuchar con atención el mensaje que cada una nos da nos permite comprender mejor aquello que nos pasa, regularnos y mantener el equilibrio psicológico.
La mayoría de nosotros hemos crecido sintiendo que esas emociones más desagradables eran inadecuadas. No hemos recibido una buena educación emocional y esta carencia nos puede hacer difícil la aceptación de los estados internos propios y ajenos. En otras palabras, se nos hace muy complicado validar las emociones.
En este sentido, la validación emocional se podría definir como la capacidad de reconocer y aceptar lo que alguien está sintiendo, respetando dicho sentir desde la empatía, sin juicios de por medio. Al margen del malestar asociado a la emoción, la persona reconoce que esta tiene una razón de ser y un sentido, por lo que la acepta en lugar de tratar de anularla o camuflarla.
Cuando validamos las emociones propias o de otra persona estamos reconociendo su valor, asumiendo que estas son naturales acorde al contexto. Además, validar al otro no tiene por qué significar que estemos de acuerdo con su reacción. Aunque nosotros hubiéramos respondido diferente, entendemos que los demás tienen derecho a sentirlo de otra manera.
Cuando somos capaces de validar todas las emociones, dejamos de asignar valores morales a los sentimientos y podemos tomar una mejor perspectiva de las situaciones que vivimos y su impacto en nuestro estado mental. Además, mejoramos nuestras relaciones con los otros, ya que logramos conectar mejor con sus experiencias.
Dejamos de ver el malestar ajeno como un fuego que debemos apagar con rapidez, y en su lugar vemos en las emociones una alarma que nos avisa de que algo no va bien y debemos escuchar. Todos en algún momento hemos caído en la trampa de la invalidación. Algunas de las formas en las que la llevamos a cabo son las siguientes:
Reprimir: Cuando tragamos nuestro malestar en lugar de ventilarlo, nos convertimos en una olla a presión a punto de explotar en cualquier momento. Reprimir una emoción indica que, en el fondo, creemos que esa emoción no es adecuada, que lo que sentimos en ese momento está mal. Al reprimir nuestro sentir solemos juzgarnos con dureza: “No deberías sentirte así”, “Tendrías que ser más positiva”, “No tienes derecho a estar mal”.
Negar: La negación implica no ser capaces de reconocer que estamos sintiendo una emoción determinada. Esta estrategia suele aparecer en entornos donde no nos han dado permiso para sentir, con frases como: “no llores”, “no tengas miedo”, “no te enfades”...
Minimizar: Cuando minimizamos emociones tratamos de quitar importancia a nuestro sentir con la intención de volver a encontrarnos bien. Sin embargo, esta táctica suele dar el resultado contrario. Ejemplos de minimización son frases como: “Hay más gente como tú”, “Siempre hay alguien peor”, “Esto es una tontería”