09/23/2025
La tanda de mi mamá no era solo un juego. Era su manera de estirarnos los sueños con manos cansadas, pero llenas de amor y esperanza.
Cada quincena, cuando mi papá dejaba el sueldo, mi mamá apartaba con cuidado un sobre con billetes arrugados. “Esto es para la tanda”, decía con una sonrisa que escondía toda su fuerza interior. En nuestra casa, esa palabra se convirtió en un latido mágico, en un símbolo de unión y confianza.
Cuando llegaba el día de la tanda, el ambiente se transformaba. Alguien estrenaba zapatos nuevos, aparecía un mueble en la sala o llegaban útiles escolares que parecían tesoros escondidos. En esos momentos, en medio de la sencillez, brotaba una alegría pura, una esperanza que no cabía en el pecho. Era la felicidad de saber que, aunque todo parecía escaso, la paciencia y la fe en esos pequeños gestos hacían posible un futuro diferente.
Yo la veía contar el dinero una y otra vez, y ella repetía con una convicción infinita:
—No importa esperar, lo importante es que cuando llegue, llegue completo.
De niño, no entendía nada. Me parecía una locura entregar mi dinero a otros y aguantar semanas sin recibir nada. Sentía que era una injusticia, que era perder tiempo. Pero con los años, descubrí la verdad oculta en esa rutina: la disciplina, la paciencia y la confianza compartida eran las verdaderas riquezas que mi mamá construía con cada billete arrugado.
La tanda no era solo un ahorro, era un pacto invisible entre corazones que confiaban, una red de solidaridad donde todos cumplían para que todos ganaran. No había bancos, no había intereses, no había cláusulas complicadas… solo palabra, solo compromiso, solo amor.
Hoy, al mirar el mundo lleno de tarjetas que ahogan, préstamos que encadenan y anuncios que venden “créditos fáciles”, pienso en la sabiduría de mi mamá. Ella, sin títulos ni internet, manejaba mejor que cualquier asesor financiero. Sabía esperar, planear y, sobre todo, sabía no rendirse nunca.
Porque en esas rondas de sobres escondía una lección brutal y hermosa: el dinero no rinde si no tienes carácter. No sirve de nada ganar más si no sabes administrarlo. No vale de nada soñar si no tienes paciencia para construir ese sueño paso a paso.
Lo entendí tarde, pero lo entendí con toda mi alma: la verdadera riqueza no empieza con grandes negocios ni con millones en la cuenta. Comienza con algo mucho más difícil y valioso: la disciplina de seguir adelante, con fe y perseverancia.
La tanda fue la universidad silenciosa de mi mamá. Y cada billete arrugado que guardaba era un recordatorio brutal y tierno de que la paciencia también construye futuro, que el amor y la esperanza valen más que cualquier dinero corriente.
Recuerda siempre: La verdadera riqueza no se hereda, se construye con disciplina, con amor y con fe en el mañana. Porque solo así, los sueños dejan de ser sueños, y se convierten en realidad.