12/03/2025
El chamán, sin duda, es señalado de imperfecto, juzgado por ojos que olvidan que él también sangra, también duda, también atraviesa sus noches de alma, se les olvida que bajo ese sombrero de plumas y ese tambor que late como un corazón antiguo, hay un ser humano que está en pleno proceso, caminando con las rodillas raspadas por su propia verdad.
El chamán no es un santo, es un valiente, alguien que sintió al Universo vibrar dentro de sus huesos como un trueno cósmico, alguien que escuchó el llamado cuando nadie más quiso oírlo, y por eso comparte medicina, porque entendió que curar es recordar que somos espíritu disfrazado de piel.
La cantina del DMT no está dirigida por un dios perfecto, sino por un humano atrevido, loco, un viajero interdimensional que rompió mil fractales, que murió y renació en geometrías imposibles, que cruzó portales que deshacen la identidad, y aun así, volvió a este mundo para ofrecerte una luz en la cueva donde ni tú querías entrar.
Ese ser que llega con polvos de tabaco y sus cerbatanas que parecen armas de otro mundo, con pipas que guardan selvas enteras, con tambores que despiertan memorias que no son de esta vida, con cantos que no aprendió… sino que recordó, no es un iluminado, es un guerrero cansado pero consciente.
Cada sesión es también su propio rito, su propio espejo, su propio desprendimiento, mientras sostiene tu mundo, también sostiene el suyo, mientras sana tu sombra, la suya también tiembla, mientras tú lloras, él también libera, aunque no lo veas.
Y tal vez, solo tal vez, eso que te molesta del chamán no es él,
sino tus propios reflejos, tus resistencias, tus máscaras derritiéndose frente a alguien que no finge, que no se oculta, que se muestra tal cual es: imperfecto, humano, pero conectado a lo eterno.
Porque el chamán no quiere seguidores ni aplausos, quiere que recuerdes lo que eres, una chispa del Gran Misterio explorándose a sí mismo, un fractal de conciencia intentando entender este sueño llamado vida.
Aho...
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