10/10/2025
La vida siempre nos recuerda que no todos empezamos desde el mismo punto.
Algunos niños despiertan cada mañana con el calor de un hogar, con el abrazo de sus padres y la libertad de jugar o estudiar.
Pero al mismo tiempo, otros niños, de la misma edad, tienen que salir a la calle a trabajar, a vender lo que pueden, a soportar un peso que jamás debería estar sobre sus hombros tan pequeños.
Esa diferencia, tan dura y tan evidente, a veces duele mirarla.
Sin embargo, también debería abrirnos los ojos.
Porque muchas veces damos por sentado lo que tenemos: un techo, un plato de comida caliente, zapatos en los pies, una cama donde dormir, una familia que nos acompaña.
Todo eso, que creemos normal, para millones de personas es un lujo al que nunca han tenido acceso.
La gratitud entonces se convierte en una llave para vivir mejor.
Ser agradecido no significa conformarse, ni ignorar lo que falta.
Es reconocer con humildad que lo que tenemos tiene un valor inmenso.
Y cuando somos capaces de verlo, entendemos que incluso lo más pequeño puede hacernos sentir grandes.
Pero la gratitud también nos invita a compartir.
A mirar alrededor con empatía.
A extender la mano a quienes cargan realidades más pesadas.
Porque lo que para nosotros es cotidiano, para otros puede ser esperanza.
La vida no será nunca igual para todos, y quizá ahí radique su enseñanza más poderosa: aprender a valorar cada detalle, cada respiro, cada instante.
Porque cuando agradeces lo que tienes, descubres que ya eres más rico de lo que imaginabas.
Al final, no se trata de cuántas cosas acumulamos, sino de cómo late nuestro corazón.
Un corazón agradecido no solo vive más ligero, también ilumina el camino de otros.
Moraleja:
La verdadera riqueza no está en lo que posees, sino en la capacidad de agradecer y compartir.
Cuando entiendes eso, descubres que lo esencial nunca estuvo en las cosas, sino en la forma en la que decides mirar la vida.