10/30/2025
Tomar al padre no es un acto mental: es un movimiento interno que cambia la raíz y el rumbo de la vida. No se trata de estar de acuerdo con él, ni de justificar sus ausencias o sus errores. Se trata de reconocer que su energía vive en ti, y que al negarla, es como si caminaras con la mitad del cuerpo dormido.
El padre representa el impulso hacia el mundo, la capacidad de avanzar, decidir y concretar. Es la fuerza que te empuja a salir del nido, cruzar fronteras, emprender caminos y abrirte a la vida. Es el eje que sostiene tu estructura cuando el mundo pide firmeza. Si lo rechazas, te cuesta poner límites, tomar decisiones, sostener tus proyectos. Si lo excluyes, quedas girando hacia adentro, sin dirección ni proyección.
Pero no es posible tomar al padre sin haber tomado primero a la madre, porque es ella quien abre o cierra el camino hacia él. Si la madre lo honra, el hijo puede acercarse. Si lo juzga, lo desvaloriza o lo combate, el hijo queda atrapado en una lealtad invisible que lo aleja de su propia fuerza. Muchas veces esa exclusión no es consciente: nace del dolor, del abandono o de historias no resueltas que se transmiten como una sombra.
Cuando el padre está ausente, no solo falta él: falta el permiso para avanzar. Falta la claridad mental, la fuerza para decidir, la paz para soltar lo que no corresponde. Entonces surgen síntomas: ansiedad, adicciones, relaciones que no prosperan, trabajos que no se concretan, proyectos que se sabotean. No porque falte capacidad, sino porque falta raíz.
Tomar al padre es aceptar que su historia también te habita. Que sus luces y sus sombras están en tu sangre. Que lo que juzgas en él, lo repites en ti. Que lo que admiras, también puedes encarnar. Es dejar de reclamar desde el niño y comenzar a actuar desde el adulto. Es dejar de esperar que él te dé lo que ahora puedes construir por ti mismo.
Cuando lo tomas, algo se ordena. No porque él cambie, sino porque tú dejas de pelear con lo que ya es. Y entonces aparece la claridad: la capacidad de poner límites sin culpa, de avanzar sin miedo, de elegir sin perderte, de sostener lo que inicias, de prosperar sin traicionar tus raíces.
Tomar al padre no es idealizarlo: es incluirlo. Es reconocer que sin él no estarías aquí. Que su semilla fue el inicio de tu camino. Que su energía, aunque incompleta o fragmentada, también te pertenece. Y que al tomarla, puedes convertirla en fuerza, presencia y propósito.
Cuando lo haces, no solo te liberas tú. También se liberan tus hijos, tus relaciones, tus proyectos. Porque ya no transmites la lucha, sino la integración. Ya no repites la exclusión, sino el permiso. Ya no vives dividido, sino entero.
Y entonces, el mundo deja de ser amenaza. Se vuelve un campo fértil. Porque cuando tomas al padre, recibes el impulso para habitar la vida: para salir, crear, decidir, prosperar. Para ser adulto. Para ser libre.