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"La mujer que aprendió a volar"Había una vez una mujer llamada Sofía que siempre había soñado con volar. Desde niña, se ...
08/17/2025

"La mujer que aprendió a volar"

Había una vez una mujer llamada Sofía que siempre había soñado con volar. Desde niña, se imaginaba surcando los cielos, sintiendo el viento bajo sus alas y la libertad en su corazón. Sin embargo, la vida la llevó por otros caminos y se convirtió en una persona práctica y responsable, olvidando sus sueños de vuelo.

Un día, mientras caminaba por la ciudad, Sofía se detuvo en un parque y vio a un grupo de niños jugando y riendo. Entre ellos, había una niña que corría con los brazos extendidos, gritando "¡Estoy volando!". Sofía sonrió al verla y recordó sus propios sueños de vuelo.

De repente, se dio cuenta de que la vida no había cambiado, pero su perspectiva sí. Había permitido que la responsabilidad y la practicidad la llevaran a olvidar sus pasiones y sueños. Sofía se preguntó: "¿Qué me impide volar ahora? ¿Qué me impide seguir mis sueños?".

Con una nueva determinación, Sofía comenzó a explorar sus pasiones y talentos. Empezó a tomar clases de pintura, algo que siempre había querido hacer, y descubrió que tenía un don para la creatividad. Poco a poco, comenzó a incorporar más actividades que la hacían feliz en su vida diaria.

Sofía aprendió que volar no era solo un sueño literal, sino también una metáfora para vivir la vida con libertad y pasión. Aprendió a no dejar que la responsabilidad y la practicidad la llevaran a olvidar sus sueños y pasiones.

(Tanto la historia como la imagen son generadas con IA)

Cuando veas abejas así, no tengas miedo. No llames a los bomberos ni a protección civil, no las muevas, no las envenenes...
08/16/2025

Cuando veas abejas así, no tengas miedo. No llames a los bomberos ni a protección civil, no las muevas, no las envenenes, ¡no las mates!
Son abejas viajando. No te harán daño. Solo se detienen durante 24 horas. No las molestes y evita acercarte.
Si quieres ayudarlas, coloca un plato o recipiente plano con una ligera capa de agua azucarada. Obsérvalas alimentarse, recuperar energía y seguir su camino.
Todos debemos proteger a los enjambres viajeros. Las abejas son nuestro seguro de supervivencia.
Si las abejas mueren, nosotros moriremos después. Sin abejas, ningún ser humano permanecerá sobre la faz de la Tierra.
¡Por favor, ten cuidado y no mates a las abejas!

Crédito: World.

Kevin Strickland fue liberado en 2021, tras pasar más de 43 años encarcelado por un triple asesin*to que no cometió, en ...
08/16/2025

Kevin Strickland fue liberado en 2021, tras pasar más de 43 años encarcelado por un triple asesin*to que no cometió, en uno de los casos más largos de injusticia en EE.UU. Sin evidencias físicas, su condena se basó en un solo testimonio, Cynthia Douglas, quien luego se retractó. Finalmente, gracias a nuevas pruebas y testigos, fue exonerado.

Al salir, descubrió que Missouri solo compensa a quienes se liberan mediante pruebas de ADN , por lo que no tenía derecho a indemnización. Ante eso, desconocidos recaudaron más de un millón de dólares para ayudarlo a reconstruir su vida.

En Edimburgo, Escocia, dos hermanas gemelas parecían hechas del mismo hilo. Megan y Sophie Walker compartían la misma ri...
08/15/2025

En Edimburgo, Escocia, dos hermanas gemelas parecían hechas del mismo hilo. Megan y Sophie Walker compartían la misma risa, el mismo timbre de voz, las mismas notas en la escuela… hasta la costumbre de terminar las frases de la otra. Pero en 2017, la vida decidió poner a prueba un lazo que ya parecía indestructible.

Fue Megan quien enfermó primero. El peso comenzó a abandonarla, la fatiga le arrancaba el aliento, las náuseas y los dolores se convirtieron en una rutina dolorosa. Los médicos la examinaron una y otra vez, sin encontrar explicación. Sophie, en cambio, parecía intacta, con la salud de siempre.

La verdad llegó como un golpe seco: la enferma no era Megan, sino Sophie. En silencio, sin síntomas visibles, Sophie albergaba un tumor de Wilms en el riñón izquierdo, un cáncer infantil raro y peligroso. Aquello que debilitaba a Megan no era suyo, sino el reflejo misterioso de la batalla que su gemela libraba sin saberlo.

La operación para extirpar el tumor y el riñón duró siete horas, seguida de meses de quimioterapia. Megan estuvo allí en cada instante. Quiso cortarse el cabello para acompañar a Sophie en su pérdida, pero su madre lo impidió: “Eres su espejo, su símbolo de esperanza”.

El cáncer volvió una y otra vez en los siguientes siete años, dejando apenas breves respiros. Y siempre, junto a Sophie, estaba Megan, como si su vínculo fuera un puente que ninguna enfermedad podía derribar.

En julio de 2024, con solo 17 años, Sophie exhaló por última vez. Megan sostenía su mano, como lo había hecho desde el primer dolor compartido. Los médicos aún no saben cómo explicar aquel fenómeno, pero algunos creen que hay corazones que nacen para cargar con el latido de otro… incluso después de que ese otro deje de latir.

“SE CASÓ CON OTRA… PERO CADA AÑO LE ENVIABA UNA POSTAL DESDE EL MISMO LUGAR DONDE SE DIJERON ADIÓS”Nadie supo nunca si f...
08/15/2025

“SE CASÓ CON OTRA… PERO CADA AÑO LE ENVIABA UNA POSTAL DESDE EL MISMO LUGAR DONDE SE DIJERON ADIÓS”

Nadie supo nunca si fue cobardía o destino.
Solo que un día, cuando Paula lo estaba esperando con las maletas hechas y el corazón ardiendo,
él no apareció.

Iban a fugarse.
Sin promesas formales, sin permiso de nadie.
Solo ellos, dos billetes de tren, y un mapa dibujado a mano.

Pero él no llegó.

Y no hubo carta.
Ni excusas.
Ni explicaciones.

Solo silencio.
Y un corazón que aprendió a cerrarse sin hacer preguntas.

Ella se mudó a otra ciudad.
Consiguió un trabajo.
Tuvo otras historias.
Se enamoró a medias, y se desilusionó del todo.

Veinte años pasaron.

Hasta que, un martes cualquiera, Paula abrió el buzón y encontró una postal.
No había nombre, ni remitente.

Solo una imagen en blanco y negro de un faro junto al mar.

En el reverso, escrito con tinta azul y letra temblorosa:

—“Todavía está el banco donde me esperabas. No me senté.”

No supo si era una broma.
Pero al año siguiente llegó otra.

—“Hoy lo vi desde lejos. Pensé en acercarme. No pude.”

Y así, cada año, como una especie de reloj de arena invertido,
una postal llegaba.
Siempre del mismo sitio.
Siempre sin firma.

Hasta que, en la número nueve, Paula decidió ir.

Viajó sola.
Con la postal más reciente en la mano.
El faro seguía allí.
El banco también.
Y en él…
un sobre.

Dentro, una carta.

Larga.
Con manos que se notaban arrepentidas entre cada palabra.

—“No te pedí perdón porque no supe cómo. Me casé con otra. Fui padre. Pero nunca fui el mismo después de no subirme a ese tren. Cada año vine aquí. No por nostalgia. Sino porque tú merecías al menos un gesto, aunque fuera tarde.”

No pedía que lo buscara.
No dejaba dirección.
Solo terminaba así:

—“Si alguna vez quieres que pare de enviarlas… solo siéntate en el banco. Lo entenderé.”

Paula se quedó de pie.
El mar era el mismo.
Pero ella ya no.

Pensó en sentarse.
En dejarse ver.
En darle paz a alguien que no supo sostener el amor cuando tocaba.

Pero no lo hizo.

Solo dejó una rosa seca en el banco.
Y volvió a casa.

Y ese fue el primer año que no recibió ninguna postal.

Porque a veces el perdón no se da con abrazos.
Ni con encuentros.
Ni con palabras.

A veces,
el perdón es dejar una rosa
donde una historia nunca volvió a florecer.

En un tranquilo ala pediátrica de un hospital de San Francisco a finales de los 90, una enfermera se detuvo fuera de una...
08/15/2025

En un tranquilo ala pediátrica de un hospital de San Francisco a finales de los 90, una enfermera se detuvo fuera de una habitación, parpadeando lágrimas. Dentro, un niño pequeño con cáncer terminal se duplicó en la risa. Vestido con matorrales tres tamaños más grandes, con un estetoscopio alrededor de su cuello y una ridícula nariz roja, Robin Williams hizo que el niño se riera tanto que momentáneamente olvidó el dolor. Sin cámaras, sin prensa, sin séquito. Solo Robin, haciendo voces, sacando caras, imitando personajes de dibujos animados, haciendo alegría de la nada.
Estas visitas nunca fueron programadas en Hollywood. Fueron arreglados en privado a través del personal del hospital que en silencio lo conoció como más que un actor o comediante. A menudo llamaba anónimamente, preguntando si había niños que pudieran beneficiarse de una visita. Muchas veces, llegaba solo, a veces con una bolsa de marionetas, o vestido de personaje, incluso deslizándose en su icónica voz de "Mrs. Doubtfire". Los niños, algunos demasiado débiles para sentarse, sonreían, reían o susurrarían una broma. Los padres vieron asombrados como sus hijos, a menudo en los últimos días de la vida, se reían de nuevo. A veces por primera vez en semanas.
Una enfermera recordó una visita en 2003 cuando Robin pasó más de una hora con un paciente de leucemia de diez años a quien sólo le quedaban unos días. El padre del niño había sido estoico durante semanas, negándose a llorar delante de su hijo. Ese día, mientras Robin fingió dirigir una orquesta invisible de polos intravenosos y cantó una ridícula balada operística al pitido de los monitores del corazón, el hombre finalmente lloró. No por dolor, sino por alivio.
Robin nunca habló de estas visitas en entrevistas. Incluso los más cercanos a él, incluyendo amigos y colaboradores desde hace mucho tiempo, aprendieron sobre ellos a través de otros. Algunas familias trataron de agradecerle públicamente, pero él siempre se negó. Creía que la experiencia pertenecía al niño, no a él, y ciertamente no a ninguna narrativa pública. Para Robin, la visita no fue un acto de caridad o actuación. Era una conexión humana, cruda y sin filtros.
En 2006, durante una parada en Denver para un show, condujo más de una hora para conocer a una adolescente con enfermedad terminal cuya película favorita era "Aladino". Había crecido recitando las líneas del Genio, y cuando Robin entró en la habitación y empezó a riffar con esa voz inolvidable, se iluminó. Su madre escribió más tarde que Robin se quedó mucho después de que la visita debería haber terminado, hablando con su hija como una vieja amiga, escuchando tanto como entretenida.
Se necesitó una gran fuerza emocional para entrar en esas habitaciones. Estos no eran sets de película. No hubo reescrituras, ni repeticiones. Los niños a menudo se desvanecían, el aire lleno de dolor, y sin embargo encontró maneras de encender la esperanza, aunque sólo brevemente. Nunca se apresuró. Se sentó en el suelo, compartió pops de hielo, se cogió de las manos. Después, a menudo se sentaba solo en su coche durante mucho tiempo, a veces llorando, a veces llamando a un amigo sólo para escuchar una voz familiar.
En 2010, el personal del hospital de varias ciudades había llegado a saber que si Robin estaba en la ciudad, podría haber una llamada. Nadie lo dio a conocer nunca, porque él no lo quería de esa manera. No se trataba de titulares o elogios. A menudo le decía a las enfermeras que si podía hacer que un niño olvidase dónde estaba, incluso durante diez minutos, valía la pena todo.
Sus visitas no curan enfermedades ni cambian los resultados médicos. Pero hicieron algo más. Le dieron un parpadeo de alegría al desvanecimiento. Suavizaron los momentos más difíciles para las familias de duelo. Y recordaron a todos en la habitación, pacientes, padres, enfermeras, incluso el mismo Robin, que la risa todavía tenía poder, incluso al borde del adiós.
A veces, la curación no se trata de medicina. Se trata de hacer que alguien se sienta vivo, incluso por un momento, cuando el mundo dice que no debería.

Mi hijo salía y socializaba mucho en la calle, hasta que un día dejó de hacerlo y ese mismo día descubrimos el porqué.Si...
08/14/2025

Mi hijo salía y socializaba mucho en la calle, hasta que un día dejó de hacerlo y ese mismo día descubrimos el porqué.

Siempre pensé que lo estaba haciendo bien. No perfecto, claro, nadie lo hace perfecto, pero dentro de mis posibilidades creía estar criando a un niño feliz, fuerte, con la suficiente confianza para salir al mundo y ser él mismo. Desde muy pequeño fue risueño, inquieto, curioso. Se hacía amigo de todos los niños del vecindario y hasta de los adultos. A veces, incluso, saludaba al panadero con más entusiasmo del que me mostraba a mí en las mañanas.

Yo lo observaba desde la ventana. Verlo correr detrás de una pelota, reír a carcajadas, inventar juegos con palos y tapas de botella, era como mirar la infancia que yo no tuve. Y eso me llenaba. Su libertad era, en cierto modo, mi redención.

Pero de repente… algo cambió.
Un día, sin más, no salió.
Ni siquiera tocó su pelota.

Pensé que estaría cansado, quizás un mal sueño o solo un bajón pasajero. Pero pasaron dos días. Luego una semana. Yo lo invitaba, lo animaba, le decía que sus amigos preguntaban por él. Y él apenas levantaba la vista del suelo, como si sus ojos se hubieran extraviado en un punto invisible que solo él podía ver.

Una noche, mientras recogía la ropa tendida, lo vi sentado en el borde de su cama, con los hombros hundidos hacia adelante, como si cargara el peso de un mundo que no le correspondía a su edad. Me senté a su lado, acariciándole el cabello. Le pregunté si algo pasaba. Me dijo que no. Que todo estaba bien. Que solo no tenía ganas.

No insistí.
Y me arrepiento.

Ese mismo día, por la tarde, recibí una llamada. Una vecina. Su voz era temblorosa, como si no supiera si debía contarme o quedarse callada para siempre. Me dijo que había algo que necesitaba saber. Que había visto algo hace unas semanas, pero no supo cómo actuar.
“Fue frente a la tiendita…”, comenzó.
Yo sentí cómo la sangre me abandonaba el cuerpo.
Me agarré fuerte de la mesa.

Me contó que mientras pasaba por ahí, vio a tres chicos mayores —algunos casi adolescentes— rodeando a mi hijo. Al principio creyó que jugaban. Pero luego escuchó los insultos. Lo empujaban. Le gritaban cosas horribles, de esas que ningún niño merece escuchar. Lo tiraron al suelo. Se burlaban de su ropa, de su voz, de su forma de correr. Uno de ellos le arrojó tierra a la cara.
Mi hijo… no hizo nada. Solo se cubrió. Se quedó en el suelo. En silencio.

Y nadie hizo nada.
Nadie.

No tuve que escuchar más. Solté el teléfono y subí corriendo a su habitación.
Lo abracé como no lo hacía desde que tenía fiebre a los cinco años.
Él no lloró.
Yo sí.
Lloré por él, por lo que calló, por lo que cargó solo.
Por no haberme dado cuenta antes.

Esa noche no dormí. Me quedé observándolo mientras dormía, su rostro aún con ese gesto apagado. Me pregunté cuántas veces habría vuelto a casa fingiendo una sonrisa, mientras por dentro su pequeño mundo se desmoronaba. Cuántas veces debió haber querido decir algo, pero no encontró el momento, o no confió lo suficiente en que yo pudiera entenderlo.

Desde ese día, nuestra vida cambió.

Dejé de observarlo desde la ventana. Empecé a sentarme junto a él. A caminar con él. A preguntarle cosas pequeñas. A escuchar sin interrumpir. No quería respuestas perfectas. Solo su verdad.

A veces se asoma a la puerta, pelota en mano, y duda.
A veces da un paso atrás.
Pero otras, la lanza al aire y la atrapa, como si estuviera tanteando el terreno.
Y yo estoy ahí.
No para empujarlo, sino para que sepa que, si decide quedarse dentro, está bien.
Y si quiere salir… lo acompañaré.

Porque ahora sé que no basta con pensar que todo va bien.
Hay que mirar más profundo.
Escuchar lo que no se dice.
Y amar incluso en silencio.

Un día, mientras estábamos cenando, él dejó el tenedor a un lado, bajó la mirada, y con una voz casi imperceptible, dijo:

—No quiero que les pase a otros lo que me pasó a mí.
No supe qué responder.
Solo lo miré y asentí.
Él me miró por primera vez con firmeza. Como si por fin supiera que no estaba solo.

Esa noche me pidió ayuda para escribir una carta. Una donde contara lo que le ocurrió. Donde dijera que no lo decía por venganza, sino para que los adultos hicieran algo, para que alguien se diera cuenta de lo que pasaba en esa calle donde jugaban tantos niños como él.

No me pidió que la escribiera por él. Solo que lo acompañara.
Fue muy claro con sus palabras.
Escribía con el corazón en la mano, y cada frase que ponía parecía un pequeño acto de valentía.

La carta no era larga. Pero sí poderosa.
Narraba los hechos con una precisión que dolía.
No se victimizaba. Tampoco exageraba.
Solo contaba la verdad.
Y al final, escribió:
“Yo merezco jugar tranquilo. Todos merecemos eso.”

Con esa carta fuimos juntos al centro comunitario del barrio. Lo recibió una mujer de rostro amable. Leyó todo en silencio. Luego lo miró largo rato y le dijo:
—Gracias por tu valentía. No sabes cuánto puede cambiar esto.

Y cambió.

La carta fue llevada al consejo vecinal. Se convocó una reunión de emergencia entre los vecinos, padres de familia, maestros y algunos responsables del área de seguridad pública. Muchos no sabían que cosas así estaban ocurriendo tan cerca. Algunos se avergonzaron. Otros se indignaron. Pero lo importante es que se empezó a hablar.

La comunidad organizó una campaña de respeto y convivencia en las escuelas y espacios públicos. Se creó un “patio seguro” donde siempre hay adultos atentos y entrenados para observar, no solo a cuidar físicamente, sino a detectar actitudes de acoso o exclusión.
También se impulsaron talleres sobre empatía y resolución de conflictos, donde los niños aprendían a identificar sus emociones y a pedir ayuda sin miedo.

Un día, él fue invitado a contar su experiencia en un pequeño foro del barrio.
Tenía miedo.
Le sudaban las manos.
Yo estaba entre el público.
Cuando subió al pequeño estrado, respiró profundo y dijo:

—Durante un tiempo pensé que algo estaba mal en mí… hasta que entendí que callarme solo hacía que otros siguieran sintiéndose mal también.
Contarlo me ayudó.
Y tal vez pueda ayudar a otros.

Lo aplaudieron.
No por compasión.
Sino por admiración.
Porque allí, frente a todos, no estaba un niño roto, sino un niño reconstruido con coraje, con apoyo, con amor.

Poco tiempo después, dos de los chicos que lo habían agredido fueron inscritos también en los talleres. Uno de ellos, en particular, pidió disculpas. No fue fácil. Pero lo hizo.
Y mi hijo —con una madurez que ni yo tenía a su edad— lo perdonó.
No porque olvidara, sino porque eligió seguir adelante sin ese peso.

Hoy, cuando vuelve a la calle, ya no lo hace con miedo.
Sabe que no todo el mundo es bueno.
Pero también sabe que no está solo.
Y que su voz tiene fuerza.

Lo que comenzó con dolor, terminó con un cambio real.
No solo para él.
Para muchos.

Porque mi hijo dejó de salir un día.
Pero también fue el que abrió la puerta para que otros pudieran hacerlo sin miedo.
Y ahora… juega.
Se ríe.
Y a veces, desde lejos, me lanza una mirada como diciendo:
“Lo logramos.”

Y sí… lo logramos.

© Saúl Josué Aban Vazquez. (2025) Todos los derechos reservados.

Katherine Johson, la mente que calculó el camino hacia las estrellas.Durante años, los héroes de la exploración espacial...
08/13/2025

Katherine Johson, la mente que calculó el camino hacia las estrellas.

Durante años, los héroes de la exploración espacial parecían ocultos tras cohetes y trajes blancos. Hasta que el mundo conoció a Katherine Johnson: una mujer con un lápiz, una regla y una mente capaz de convertir el cielo en números.
En la década de 1960, en plena carrera espacial y cuando las computadoras eran nuevas y poco fiables, Katherine fue llamada a verificar —a mano— las trayectorias que llevarían a John Glenn a orbitar la Tierra. El propio astronauta pidió: “Que sea ella la que lo revise”. Y confió más en sus cálculos que en cualquier máquina.
Su precisión matemática impulsó misiones históricas como Mercury, Apolo 11 y el Transbordador Espacial. Su dominio de la mecánica orbital y la geometría en el espacio fue clave para que Estados Unidos llegara a la Luna.
Todo esto lo logró derribando dos muros que parecían infranqueables: ser mujer y afroamericana en una época que intentaba limitar su voz.
Katherine no solo abrió puertas: las derribó con fórmulas, perseverancia y una fe inquebrantable en su trabajo.
Su legado va más allá de las matemáticas. Nos recordó que el talento no tiene género ni color, y que la precisión también es un acto de valentía.
Hoy, cada misión que se adentra en el cosmos sigue una ruta que, de algún modo, ella ayudó a trazar.

Créditos: Curiosidades desconocidas.

¿Sabías que el youtuber más famoso del planeta pasó años creando videos sin que nadie los viera… hasta que descubrió que...
08/12/2025

¿Sabías que el youtuber más famoso del planeta pasó años creando videos sin que nadie los viera… hasta que descubrió que su obsesión podía cambiar el mundo?

Jimmy Donaldson, mejor conocido como MrBeast, comenzó en YouTube a los 13 años, subiendo videos desde su habitación con cero presupuesto y cero vistas. Durante años, experimentó con todo tipo de contenido: videojuegos, retos, análisis… hasta que entendió cómo funcionaba el algoritmo.

Pero no fue solo técnica. Fue pasión, constancia y visión.

Empezó a regalar dinero en sus videos. Primero 1,000 dólares. Luego 10,000. Luego casas, autos, y hasta una isla. Todo grabado con un solo objetivo: entretener… y ayudar. Su canal creció a niveles históricos. Hoy, tiene más de 250 millones de suscriptores.

Lo más impactante: creó iniciativas como Team Trees y Team Seas, recaudando millones para plantar árboles y limpiar océanos. También fundó Beast Philanthropy, su propia organización benéfica.

🎁 MrBeast no solo rompió YouTube… lo usó para hacer el bien.

💡 Porque a veces, la verdadera fama no está en volverse viral… sino en dejar huella.

🔥 De grabar en su cuarto… a cambiar vidas por millones.

La historia del plástico de burbujas es un excelente ejemplo de un invento accidental que encontró su verdadero propósit...
08/12/2025

La historia del plástico de burbujas es un excelente ejemplo de un invento accidental que encontró su verdadero propósito en una industria completamente diferente a la que se concibió originalmente.

El "accidente" de los ingenieros

En 1957, dos ingenieros, Alfred Fielding y Marc Chavannes, trabajaban en un garaje en Hawthorne, Nueva Jersey, intentando crear un papel tapiz de plástico texturizado en 3D. Su idea era unir dos láminas de cortina de baño con calor, atrapando burbujas de aire entre ellas para dar un aspecto moderno y fácil de limpiar a las paredes.

Sin embargo, el producto final no era el papel tapiz que tenían en mente y no tuvo éxito en el mercado de la decoración. La idea de venderlo como aislante para invernaderos también fracasó.

El punto de inflexión: IBM

El gran momento del plástico de burbujas llegó unos años después. Un vendedor de la empresa que habían fundado, Sealed Air Corporation, se dio cuenta de que ese material podría ser perfecto para una necesidad que estaba surgiendo en la industria tecnológica.

A principios de la década de 1960, IBM había lanzado el modelo de computadora 1401, un equipo grande y delicado. Necesitaban una forma de transportarlo de manera segura sin dañarlo. El método de empaque tradicional, que consistía en envolver los componentes en periódicos arrugados, era desordenado y no ofrecía suficiente protección.

El vendedor de Sealed Air propuso usar el plástico de burbujas para envolver los componentes de la computadora. La idea fue un éxito instantáneo. El plástico de burbujas era ligero, limpio y, lo más importante, ofrecía una excelente amortiguación contra golpes y vibraciones.

Un éxito global

A partir de ese momento, el plástico de burbujas despegó como material de embalaje. La Sealed Air Corporation floreció y el producto se popularizó rápidamente en todo el mundo. Su capacidad para proteger objetos frágiles lo convirtió en un elemento esencial en la industria del envío y el comercio global.

Con el tiempo, el plástico de burbujas, cuyo nombre original era "Air Cap", se hizo conocido por su nombre comercial Bubble Wrap, que se ha convertido en una marca genérica. Además de su uso principal, también se ha ganado un lugar en la cultura popular como una herramienta para aliviar el estrés, ya que la gente disfruta reventando las burbujas.

En Casanare, Colombia, un perro llamado Negro se convirtió en leyenda escolar al inventar su propia economía: usa hojas ...
08/11/2025

En Casanare, Colombia, un perro llamado Negro se convirtió en leyenda escolar al inventar su propia economía: usa hojas como dinero para comprar galletas en la tienda del colegio donde vive desde hace años. 🐶🍃

Negro observó cómo los estudiantes entregaban billetes y recibían golosinas. Un día, apareció con una hoja en la boca, moviendo la cola, y la tendera entendió el mensaje: quería su galleta. Desde entonces, cada día paga con una hoja, y recibe su premio como cualquier otro cliente habitual.

Los profesores lo cuidan, lo alimentan y lo llaman el “Guardián del colegio”. Pero Negro decidió que su antojo diario era asunto suyo… y encontró la forma de conseguirlo. Su historia no solo enternece, también asombra por su inteligencia y capacidad de observación.

📷 Angela Garcia Bernal

Tenía apenas 13 años y ningún agente, pero Matthew De Merritt hizo historia sin que muchos lo supieran. No caminaba con ...
08/10/2025

Tenía apenas 13 años y ningún agente, pero Matthew De Merritt hizo historia sin que muchos lo supieran. No caminaba con los pies, sino con las manos. Y gracias a eso, se convirtió en el alma del ser más tierno y extraño del cine: E.T.

Matthew nació sin piernas, y cuando Steven Spielberg buscaba cómo dar vida al pequeño alienígena, alguien en el Centro Médico de UCLA —donde el niño recibía fisioterapia— pensó en él.

Universal contactó a los médicos. Lo probaron. Y cuando lo vieron moverse con fluidez dentro del traje de goma de 1,2 metros, supieron que habían encontrado algo único.

Matthew no aparece como estrella. En los créditos se lo menciona apenas como “Movimiento ET especial”. Pero fue él quien logró que E.T. caminara de verdad en algunas de las escenas más icónicas. Él, con su traje, sus manos en el suelo y su determinación desbordando la pantalla.

Hoy tiene 56 años. Y aunque ese fue su único papel en el cine, dejó una huella imborrable.

Porque a veces, quienes mueven el corazón del mundo no necesitan rostro… sólo alma.

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