07/01/2025
El cuidado de no lastimar es una forma de amor silencioso, es respeto en su estado más puro, y es una muestra clara de quién ha aprendido a mirar más allá de sí mismo.
Respetar no es solo decir “por favor” o “gracias”, ni cumplir normas sociales. El verdadero respeto se demuestra en los pequeños gestos que nadie ve: en callar cuando sabemos que una palabra puede herir, en alejarnos cuando sabemos que nuestra presencia incomoda, en no señalar errores ajenos solo por sentirnos superiores.
Quien cuida de no lastimar a otros, aunque tenga razón, aunque tenga heridas propias, aunque tenga motivos, es alguien que ha comprendido que la sensibilidad del otro no es un obstáculo, sino una responsabilidad. Porque todos cargamos batallas invisibles, todos llevamos cicatrices que el mundo no ve, y una palabra fuera de lugar puede abrir heridas que estaban a punto de sanar.
Este tipo de respeto no se enseña con reglas, se aprende con empatía. Se forja en el dolor de haber sido herido, en el deseo sincero de no repetir el daño que alguna vez recibimos. Y es en ese punto donde se transforma en virtud: cuando el dolor propio no se convierte en excusa para herir a otros, sino en motivo para ser más cuidadosos.
Cuidar de no lastimar no te hace débil, te hace grande. Es fácil gritar, es fácil ofender, es fácil herir sin pensar… lo difícil es tener la fuerza de elegir la paz en lugar del orgullo, la comprensión en lugar del juicio, y la prudencia en lugar del impulso.
En un mundo que muchas veces premia lo ruidoso, lo violento y lo inmediato, elegir respetar desde el alma es un acto de rebeldía noble… una declaración silenciosa de que aún existe gente que ama con delicadeza, que piensa antes de herir, y que prefiere construir en lugar de destruir.
Porque al final, el verdadero respeto no se nota en cómo tratamos a quienes admiramos, sino en cómo cuidamos de no herir, incluso a quienes no nos entienden.