08/03/2025
LA REALIDAD QUE HABITO: EL ESPEJO DE MI EVOLUCIÓN.
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”
— Jesús de Nazaret, Mateo 7:16
Justifica detenerse. Pausar el paso agitado, el reclamo constante, la exigencia continua, y preguntarse con sinceridad: ¿Qué vida es la que estoy viviendo? No la que imaginé, no la que muestro, sino la que en verdad vibra en lo profundo de mis días y mis decisiones. Es una pregunta sagrada, y a la vez incómoda, porque en ella se revela todo lo que hemos construido —conscientemente o no— con cada pensamiento, acción, palabra, omisión o miedo no enfrentado.
La vida, como un maestro paciente, nos muestra en cada experiencia el resultado de lo que hemos sembrado. Hoy, cuando miramos a nuestro alrededor, a nuestro país, a nuestras relaciones, a nuestro cuerpo o a nuestra mente, no estamos viendo algo ajeno. Estamos viendo nuestro reflejo. Cada fragmento de caos, cada gesto de armonía, cada logro o ruptura tiene una raíz en nosotros. No es castigo, es consecuencia. No es azar, es coherencia. Porque la vida no responde a nuestras súplicas, responde a nuestras decisiones.
Hace años luché, exigí, pedí, grité… y a veces ni siquiera sabía por qué. No me importó a quién afectaba, ni cuánto me desgastaba en el camino. Hoy, al ver mi realidad, comprendo que en cada uno de esos momentos sembré una semilla. Algunas dieron frutos dulces, otras amargos. Pero todos esos frutos me pertenecen. Y al reconocerlo, no me castigo, me reconozco. Porque lo verdaderamente milagroso no es que haya errado, sino que ahora lo veo.
Lo más importante es mirarnos con honestidad y preguntarnos: ¿Cuánto he evolucionado? ¿Quién era hace cinco, diez, veinte, treinta años? ¿Quién soy hoy? ¿He soltado viejas guerras? ¿He sanado mis heridas? ¿He aprendido a amar sin condiciones? Si no lo he hecho, entonces la historia se repite —dentro y fuera de mí— como un eco que insiste en ser escuchado.
En este tejido llamado humanidad, cada uno es un hilo. Cuando nos creemos separados, cuando juzgamos, competimos, odiamos o despreciamos, olvidamos que todos somos parte del mismo manto. En la unidad descubrimos lo divino, porque en ella comprendemos que no hay un “yo” y un “otro”. Todos somos uno, y ese uno es Dios. Cuando amamos al prójimo, nos amamos a nosotros mismos. Cuando cuidamos la tierra, nos cuidamos el alma. Cuando damos paz, sembramos el cielo.
Así que si algo en tu vida no te gusta, si hay una escena que duele o una carencia que grita, no te culpes. No culpes a Dios, ni al gobierno, ni al pasado. Mira hacia adentro y pregunta con humildad: ¿Qué elegí yo para que esto floreciera? Y sobre todo, pregunta: ¿Qué puedo elegir hoy para que algo distinto germine mañana?
El momento es ahora. No existe otro. Ni el pasado que te hiere, ni el futuro que te asusta, tienen poder sobre ti cuando eliges conscientemente. Hoy es el instante en que puedes transformar todo. Porque hoy es el lugar donde Dios respira contigo.
Y como decía Jesús, “El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lucas 17:21). No está allá lejos, ni llegará en un futuro perfecto. Está aquí, esperando que lo actives con tus acciones, que lo encarnes con tus decisiones, que lo reveles con tu amor.
¿Qué vida estás viviendo? ¿Qué vida estás eligiendo? La respuesta, hermano, está en tu corazón… y en tu próximo paso.
ESCRITO POR Renè Arellano Osorio