10/10/2021
El enemigo vive con nosotros. Es invisible, pero a veces es tan incómodo que impide nuestra concentración. La contaminación acústica es la segunda causa de enfermedad por razones ambientales, solo después de la atmosférica.
Entre las afecciones que provoca no solo se encuentran los problemas de audición, también destacan el estrés y la ansiedad. Si el ruido no nos permite dormir, los ritmos biológicos del sueño cambian, lo que provoca insomnio, cansancio, irritabilidad, disminución del rendimiento y capacidad de atención. Un círculo vicioso. Los expertos señalan que no existe un método infalible que nos permita enfocarnos con ruido, pero si es continuo, nuestro cerebro aprende a trabajar con él.
Vivimos sumergidos en el ruido. Todos nos encontramos en la situación de tener que trabajar, leer y estudiar en un entorno donde hay mucho ruido que nos distrae y dificulta la concentración. En la mayoría de los casos, el esfuerzo por lograrlo es inútil y puede hacernos desesperar. Los psicólogos dicen que existe una relación clara entre el ruido de fondo y el estrés. Para combatirlo, algunos expertos recomiendan llevar tapones para los oídos, organizar el trabajo para que no coincida con las horas en las que el ruido es más intenso, aislar el espacio que usamos y hacer una pausa.
Nuestro cerebro es un músculo, y mediante el ejercicio logra evitar todo lo que le incomoda y concentrarse en todo lo que realmente importa. Esta habilidad requiere tiempo y práctica, pero es cierto que existen determinantes biológicos. Así como hay personas con ojos azules que son más altas que otras, también hay quienes son relativamente fáciles de concentrarse en entornos hostiles.
La concentración surge como resultado de un complejo proceso cerebral. Depende de los circuitos dopaminérgicos prefrontales. La dopamina, a nivel neurobiológico, actúa como un neurotransmisor que activa los receptores celulares, dando lugar al impulso eléctrico liberado en la sinapsis, la asociación entre neuronas. Los expertos enfatizan que es posible aprender a neutralizar el ruido. El cerebro solo necesita ejercitarse. Gracias a su plasticidad, puede cambiar su estructura y funcionamiento, lo que le permite reaccionar a la situación circundante.
Aquellos que buscan una solución rápida pueden intentar escuchar música. Para muchas personas, sin embargo, este recurso es insuficiente, porque también interfiere en su concentración y porque las melodías producen sensaciones que dificultan mantener la atención. Otra posibilidad es utilizar lo que conocemos como ruido blanco, es decir, los sonidos planos y constantes que se confunden con el sonido ambiental. Estos ruidos los escuchamos a diario y por eso ni los notamos: la lluvia, las olas del mar y el giro de la lavadora.
La Universidad de Chicago llevó a cabo un estudio en 2012 que demostró que un alto nivel de sonido ambiental perjudica la creatividad. Un nivel moderado, sin embargo, alrededor de 70 decibeles, favorece la concentración en comparación con un nivel bajo. La razón: un nivel moderado de sonido ambiental aumenta la dificultad de procesamiento y esto induce un mayor nivel de interpretación, lo que aporta una mayor creatividad.
fuente: EL PAÍS