15/09/2025
🧡 Muchas veces se confunden las experiencias de quienes han estado con un narcisista y quienes han estado con un psicópata. Ambas dejan heridas profundas, pero el modo en que se viven y el trasfondo son muy diferentes.
Cuando alguien es víctima de un narcisista, suele quedar atrapada en una montaña rusa emocional. Al principio recibe muestras intensas de atención y afecto que la hacen sentir única, pero con el tiempo esas demostraciones se vuelven irregulares. Entre la idealización y la indiferencia aparecen críticas, silencios y desprecio que generan gran confusión. El narcisista necesita ser admirado constantemente y arrastra a la otra persona a un ciclo de esperanza y frustración. La víctima queda pendiente de recuperar aquellos momentos iniciales de idealización, sin darse cuenta de que ese vaivén forma parte del patrón que la mantiene atrapada.
En cambio, ser víctima de un psicópata es distinto. Aquí no hay necesidad de ser querido ni admirado: lo que busca el psicópata es control, poder o un beneficio concreto. Su daño es calculado, frío y sin empatía. Lo más engañoso es que, si la relación le resulta útil, no necesita generar escenas ni escándalos. Puede mostrarse tranquilo, afectuoso e incluso estable durante años, mientras obtiene lo que quiere. En ese silencio, la víctima puede tardar mucho en darse cuenta de lo que está pasando, porque no siente una montaña rusa emocional, sino más bien una calma aparente que oculta un trasfondo de manipulación y frialdad. El verdadero riesgo está en que cada movimiento puede estar planeado para desgastar, confundir o dominar, aunque todo parezca normal en la superficie.
En ambos casos el sufrimiento es real, pero la raíz es distinta: mientras el narcisista hiere desde su necesidad insaciable de validación, el psicópata daña desde su ausencia total de conciencia afectiva y su capacidad de sostener una máscara mientras obtiene lo que desea. Reconocer estas diferencias permite poner palabras a lo vivido y empezar a recuperar la propia paz.