25/05/2025
Hoy, al mirar en retrospectiva, solo puedo dar gracias.
Gracias a la vida por sus giros inesperados, por los aprendizajes duros, por los momentos de silencio que me enseñaron más que mil palabras.
¿Qué sería de mí sin un Dios que me sostuvo cuando no entendía el camino? Que me hizo sentir amada, valiosa, única… incluso en mis momentos más rotos.
Gracias a mi esposo, por su amor inmenso, su paciencia, su forma de abrazarme sin necesidad de palabras. Gracias por ser hogar.
A mis amigos, esos que se quedaron cuando no tenía fuerzas, que me amaron sin condiciones, que me conocen y me eligen todos los días. Qué fortuna la mía.
A mi familia, con su amor imperfecto pero real. Con sus locuras y sus risas que curan. Somos caos a veces, pero un caos lleno de amor.
A mi psicóloga, que ha sido guía, sostén y casi una madre del alma. Que me enseñó que sanar también se puede con ternura.
Y a Golden… ese sueño que nació del corazón y se volvió misión. Una residencia para adultos mayores, sí, pero sobre todo un lugar donde se honra la vida, donde se escucha, se cuida, se ama. Golden me recuerda cada día para qué estoy aquí. Cada rostro, cada historia, cada mano que tomo me dice: sí, este es tu lugar.
Hoy entiendo que nada fue en vano. Que todo lo vivido me preparó para esto. Y que cuando caminas con propósito, el alma descansa.
Gracias a todos los que caminan conmigo.
Gracias, Dios.
Gracias, vida.