11/01/2025
Sin caer en generalizaciones y reconociendo que cada persona es única, con intereses y necesidades heterogéneas, es importante señalar que, aunque hay tantos sentires como personas, también existen realidades menos visibles.
Es evidente que muchas personas mayores disfrutan del verano, de la playa, del sol y la piscina. Pero hoy no estamos aquí para hablar de ellas. Nos referimos a otras voces, a ese lado B del verano.
Para algunas generaciones, el verano puede ser sinónimo de disfrute, reencuentros, y alegrías. Pero para otras, no solo para las personas mayores, puede significar desencuentros y soledad. Es un aislamiento social, que no necesariamente proviene de la falta de deseo, sino de la falta de posibilidades. Porque no puedo o no quiero irme de vacaciones, porque mis familiares o amigos no están en la ciudad.
Porque no puedo bajar a la playa, por falta de accesibilidad. Porque no puedo entrar a una piscina. O tal vez porque puedo hacerlo, pero no quiero, porque el simple hecho de usar un traje de baño me obliga a exponer un cuerpo que no coincide con los cánones de belleza.
Porque mi cuerpo, envejecido ya no es el mismo. Porque no soporto tanta exposición o simplemente porque no me gusta cómo me veo. O, incluso, porque mi médico me ha recomendado evitarlo, por temor a una caída.
Nada de esto es nuevo. Nada diferente a las tantas otras situaciones que se viven a lo largo del año. Personas enfrentando exigencias ajenas, miradas que juzgan. El edadismo y los microedadismos son realidades constantes. La falta de acceso a derechos básicos, como la accesibilidad, es otro de los obstáculos.
Este texto no es más que un desahogo, un llamado urgente a la empatía, a no romantizar las experiencias ajenas y a seguir luchando por una sociedad menos edadista. ✨✊🏽