Astrología Hermética

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18/07/2020

MICHEL GAUQUELIN: SU LEGADO ASTROLÓGICO
Jesús Navarro Introducción.

Michel Gauquelin (y, junto a él, su esposa Françoise) es, sin lugar a dudas, el investigador astrológico más importante del siglo XX. Tanto que para algunos es una especie de nuevo Darwin cuyas aportaciones acabarán marcando un antes y un después en la comprensión del mundo por parte de la ciencia y la cultura occidentales. Unas aportaciones que, por sí mismas, pero también reforzadas por las de otros investigadores que se inspiraron o se basaron en ellas, apoyan el retorno de lo astrológico al lugar de mérito y de reconocimiento del que fue arrojado por el pensamiento de la modernidad racionalista. De hecho, como irán mostrando los sucesivos apartados de esta ponencia, nos encontramos frente a un legado pro-astrológico difícilmente desechable, salvo el prejuicio que la descalificación ciega se empeñe en imponer a la fuerza de la evidencia. Antes de presentar dicho legado, el primer apartado de esta ponencia ofrece una breve reseña biográfica de Michel Gauquelin (apartado 1), seguida por un análisis, necesariamente escueto, de su carta natal (apartado 2). A continuación, se presentan los resultados más relevantes de sus investigaciones, (apartado 3), para comentar seguidamente (apartado 4) los trabajos de otros investigadores que han dado continuidad a lo hecho por los Gauquelin, consolidando y reforzando lo obtenido por estos últimos. El apartado 5 cerrará los contenidos de esta ponencia, comentando las conclusiones más relevantes que es posible extraer de todo ello.

1. Michel Gauquelin: su vida. El psicólogo francés Michel Gauquelin nació en París, el día 13 de noviembre de 1928, a las 22:15 GMT, y llevó a cabo, junto con su primera esposa, Françoise SchneiderGauquelin, trabajos estadísticos de gran relevancia sobre lo astrológico. Dichas investigaciones arrancaron en la década de los 50 del pasado siglo y se prolongaron hasta fallecimiento de Michel, que tuvo lugar el 20 de mayo de 1991, fecha en que, muy lamentablemente, se suicidó. Mostró interés por la astrología desde muy joven, tanto que, según se dice, a los diez años era capaz de levantar una carta natal, ganándose muy pronto entre sus compañeros de estudios el apelativo de Nostradamus, gracias a lo certero de sus análisis astrológicos. A pesar de ello, una vez titulado como psicólogo por la Sorbona y alcanzada una sólida formación estadística, toda su actividad investigadora se orientó a falsar la astrología, a demostrar estadísticamente la inconsistencia de los asertos astrológicos. Por lo mismo, se opuso a la práctica de la astrología y rechazó ser tenido por astrólogo. Sin embargo, los resultados de sus investigaciones no dejaron de apoyar referentes astrológicos fundamentales, tanto en lo conceptual como en lo simbólico, como se verá más adelante. Unos resultados que pudo obtener tras recopilar una ingente colección de datos natales y biográficos, posteriormente sometidos a las oportunas evaluaciones estadísticas. Uno de los estudios más significativos de los Gauquelin fue el referido a la doctrina astrológica de las correlaciones entre las posiciones planetarias de cada carta natal, los rasgos caracterológicos del/de la nacido/a y las implicaciones de dichos rasgos en su trayectoria existencial. Línea de investigación que pretendía reformular experimentalmente la astrología tradicional desde la perspectiva científica moderna. Los resultados obtenidos por los diferentes trabajos y sus oportunas replicaciones generaron polémicas descomunales, sobre todo en el seno de la comunidad científica, mientras eran celebrados por la comunidad astrológica. Tan es así que fueron sometidos a verificación y contraste por diferentes comités científicos, saliendo mucho mejor paradas la honestidad y confiabilidad del proceder de los Gauquelin que las actitudes y procedimientos de sus evaluadores científicos. A pesar de los años transcurridos y de las profundizaciones hechas por otros investigadores, como Suitbert Ertel, a propósito del desde entonces llamado “efecto Marte”, estos resultados siguen siendo controvertidos. Es llamativo también que no suele hablarse de los trabajos de los Gauquelin sobre la herencia astrológica ni se otorga a sus resultados una relevancia equiparable a la de dicho “efecto”, cuando a mi entender son, si cabe, todavía más significativos que los correspondientes a este último. Se suele afirmar, así mismo, que sus aportaciones han tenido mayor impacto al otro lado del Atlántico que en Europa, lo que no cuadra demasiado con el hecho de que los resultados de los Gauquelin fueron o han sido continuados, limitándome a citar sólo unos pocos investigadores, por la propia Françoise Schneider-Gauquelin, el ya mencionado Suitbert Ertel, psicólogo y profesor de la Universidad de Göttingen, o John Addey, todos ellos europeos, o han inspirado la actividad de investigadores, como el sudafricano Percy Seymour, nacidos y trabajando en este lado del Atlántico. Hacia el final de su vida, Michel Gauquelin propuso reformar la astrología, postulando que los astrólogos debían renunciar a la mayor parte de sus tradiciones para apoyarse únicamente en lo estadísticamente consistente y confiable de la misma, dando lugar a la que él bautizó como “Neo-Astrología”. Sus propuestas no han tenido éxito entre los astrólogos, aunque los resultados de sus trabajos sí son sistemáticamente referenciados en el ámbito astrológico, con muy buen criterio ciertamente, dado su aval de las premisas fundamentales de la astrología.

2. Michel Gauquelin: su carta natal. La figura 1 muestra la natividad de Michel Gauquelin, mientras la figura 2 ofrece la progresión anual activa en el momento de su muerte, cumplidos los 62 años de edad. Su tema natal muestra clara y reiteradamente sus capacidades de comprensión y exploración de lo psicológico, directamente asociadas a la presencia del Sol, en su condición de regente natal, en la casa IV y del regente de ésta y dispositor del mismo, Plutón, en la casa XII, a la vez que la Luna, regente de XII, se encuentra en la propia casa IV. Es de subrayar, así mismo, la simultánea presencia de Neptuno, regente de la VIII, en la casa I, completando las conexiones de dicha casa, es decir del “yo soy” del nativo, con todo el triángulo de las casas emocionales. La presencia de Mercurio, regente de la casa XI, al inicio de la casa IV y en conjunción con su cúspide, liga directamente también sus aspiraciones y proyectos de futuro con los asuntos propios de la misma. El carácter innovador y rupturista de sus aportaciones investigadoras viene significado por la presencia de Urano, regente del DSC, en la casa IX, desde el interior de Aries, aunque la caída de su regente, Marte, y el exilio de Neptuno, regente de IX, amenacen con penalizar las expectativas (Marte en XI) y vivencias personales (Neptuno en I) relacionadas con sus investigaciones, cubriéndolas de conflictos y sinsabores, ora irritantes ora depresivos, a medio-largo plazo. Dificultades que no niegan la consecución de logros, aunque siempre ligados a tensiones y luchas, dada la recepción por cuadratura de Marte hacia Urano. El hecho de que Quirón, regente de Neptuno, se halle en la X, en conjunción con Júpiter, a su vez conjunto al MC y en recepción mutua con el regente de dicho ángulo (Rea, si consideramos los doce regentes zodiacales propuestos por mí en su momento [Nav 94, Nav 00], por hallarse en Cáncer, o bien Venus, si consideramos las regencias tradicionales, por estar en Sagitario), orienta al nativo hacia un desarrollo y despliegue profesional de reconocimiento y éxito, máxime cuando Quirón recibe por aspecto de trígono a Neptuno. Y dicho ámbito profesional queda claramente conectado, además, a la casa IX gracias a la conjunción Rea-Marte, regentes respectivos de la X y de la IX, si nos referimos a las mencionadas doce regencias modernas, aunque también se da una circunstancia similar considerando las regencias tradicionales, dado que Venus, en tal caso regente de X, se halla en paralelo de declinación con Marte. El yo constituido por la Luna, como planeta focal, y las mencionadas conjunciones Júpiter-Quirón y Rea-Marte (o sólo Marte, si prescindimos de Rea), al que se añade la cuadratura lunar a Neptuno, sirve de confirmación y refuerzo adicional a todo lo dicho, problemáticas y dificultades incluidas. La regencia uraniana sobre la casa VII amenaza, así mismo, con rupturas relacionalmatrimoniales, mientras la presencia de Saturno en casa V y en conjunción con Venus apunta hacia frustraciones afectivas, que tampoco son ajenas a lo laboral-profesional, habida cuenta de la regencia de Saturno sobre la casa VI y la presencia de Júpiter, regente de la casa V, en la X. Sinsabores y frustraciones que, según parece, tuvieron relación directa con su fatal decisión final, explicable por la debilidad del exilado Neptuno y su presencia en I como regente de VIII, hablándonos de una posible muerte bajo su responsabilidad/incidencia directa o/y por su propia mano. Sería interesante considerar otras facetas de la personalidad de nuestro autor no directamente relacionadas con su faceta vocacional-investigadora, pero la falta de espacio no lo hace oportuno, si bien podemos ofrecer un interesante “botón de muestra” sobre el particular. El de su fuerte inclinación deportiva y sus claras dotes al respecto, según confirman sus nada desdeñables desempeños en ese ámbito, en buen acuerdo con las marcadas conexiones entre las casas V y X ya comentadas. 5 Tan es así que, aun sin practicarlos de manera profesional, logró destacar en el ciclismo y, sobre todo, en el tenis, llegando a disputar las semifinales del campeonato senior de Francia para jugadores con más de 50 años.

3. Michel Gauquelin: sus aportaciones. Una de las investigaciones más relevantes que llevaron a cabo los Gauquelin tuvo como objetivo analizar si existían, o no, correlaciones entre las posiciones planetarias de los horóscopos natales y las profesiones desempeñadas por personas con eminencia o elevado nivel de reconocimiento en ellas. Catalogaron dichas posiciones natales según 18 sectores, que no eran, obviamente, las casas astrológicas tradicionales, dando lugar a gráficas de distribución de presencias planetarias como las mostradas en las figuras 3 y 4. Dependiendo de la profesión analizada, la distribución estadísticamente significativa correspondía a uno u otro planeta, siendo el caso de Marte y los atletas (figura 3) el más alejado de los resultados correspondientes al azar, de ahí la denominación de “efecto Marte”, aunque también existía un “efecto Júpiter” para los actores (figura 4), un “efecto Saturno” para los científicos, o un “efecto Luna” para los escritores. Figura 3.- Marte y los atletas. Figura 4.- Júpiter y los actores. Como conclusión de dichas investigaciones, es posible afirmar que “con unas pocas excepciones, los resultados de los Gauquelin tienden a ser consistentes con las características astrológicas de los planetas” [Eyse 82, p.191], aunque tales resultados sean únicamente de aplicación, en coherencia con lo indicado, a profesionales eminentes o destacados en ámbitos diversos. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con el “efecto Marte” y similares, la verificación de la herencia astrológica, también llevada a cabo por los Gauquelin, no suele ser aireada ni traída a colación en las revisiones críticas de sus trabajos, a pesar de que tales resultados vienen a ser mucho más significativos que los de dicho “efecto”, pues dicha investigación “demostraba (…) un efecto planetario en la gente común, mientras que los estudios anteriores encontraron un efecto sólo en gente eminente” [Eyse 82, p. 192]. 6 A propósito de ello podemos leer: “Según Kepler, ‘Hay un argumento perfectamente claro y más allá de cualquier objeción a favor de la autenticidad de la astrología. El de la conexión horoscópica habitual entre padres e hijos’ (…) ¡Y se halló que Kepler estaba en lo cierto!” [Eyse 82, p. 191]. Pudo comprobarse también que “el efecto era más destacado para la Luna, Venus y Marte, seguidos por Júpiter y Saturno; no era manifiesto para el Sol, ni para Mercurio o los planetas exteriores. (…) Esto es consistente con la ley física ‘masa-distancia’; el efecto aparece sólo para los planetas más grandes o más próximos” [Eyse 82, pp. 191-192]. Experimentos sobre la herencia astrológica que los Gauquelin replicaron debidamente, confirmándose “que el efecto planetario tenía lugar sólo para nacimientos naturales. Esto sugiere que los planetas, en lugar de afectar al desarrollo [del feto], influyen la temporización natural del nacimiento, haciendo más probable que personas de un cierto tipo nazcan en un momento antes que en otro” [Eyse 82, pp. 192-193]. Sucedió, además, que los resultados ofrecían elementos afianzadores de la coherencia interna y externa de las conclusiones obtenidas. “Evidencia de refuerzo es que la correspondencia entre hijos y padres se da tanto con la madre como con el padre, siendo sus respectivas contribuciones aproximadamente iguales. Un niño tiende a nacer bajo un planeta particular si uno de los padres, sea la madre sea el padre, nació también en ese momento. El hallazgo de que el padre tiene ese papel sólo puede significar que es el niño, y no la madre, quien inicia el parto” [Eyse 82, p. 194]. “Más aún, Gauquelin vio que, si ambos padres habían nacido cuando un determinado planeta ocupaba una posición crítica, la probabilidad de que su hijo naciera ‘bajo’ ese planeta se duplicaba. Lo cual está de acuerdo con las leyes de la genética” [Eyse 82, p. 194]. Además, “el descubrimiento de esta conexión planetaria con la herencia llevaba también incorporado su propio chequeo. Los datos sugerían que era el niño quien, de alguna forma, iniciaba o mediaba el proceso. Si esa conclusión era correcta, los nacimientos no naturales –por cesárea, o inducidos médicamente– no deberían mostrar afinidad astrológica con los padres” [West 92, p. 266]. Pudo comprobarse que, en efecto, “las cartas de los bebés cuyo nacimiento fue inducido (por cualquier método) ya no mostraban correspondencia con las cartas de los padres. Este control era importante desde la perspectiva astrológica, ya que estaba libre de cualquier sospecha” [West 92, p. 267]. Además, la calidad y la fiabilidad de la evidencia aportada están más allá de toda duda: “el trabajo de los Gauquelin (…) resiste un escrutinio cuidadoso, y es comparable con ventaja con lo mejor que ha sido hecho en psicología, psiquiatría, sociología o cualquiera de las ciencias sociales” [Eyse 82, p. 220]. Extremo que, por lo demás, se vio inapelablemente corroborado por el trabajo que Suitbert Ertel, psicólogo de la Universidad de Göttingen, llevó a cabo posteriormente [West 92], y que luego se comentará. “Hay, sin embargo, algunas objeciones significativas” [Eyse 82, p. 206], objeciones que corresponden a los resultados nulos (que no negativos) de esas investigaciones. Así, tenemos “su fallo en demostrar el efecto de los signos. Otro apareció en los análisis de los Gauquelin de más de 6000 natividades de pacientes mentales diagnosticados como psicóticos funcionales. Gauquelin resumió (1980) (…): ‘(…) hasta donde sabemos, ningún temperamento planetario parece conectado con la enfermedad mental’ (…)”. 7 Sin embargo, “el hecho de que el método pueda llevar al fracaso viene a ser una indicación confirmadora de que los éxitos no son meros artificios estadísticos” [Eyse 82, pp. 207-208]. Además, en los resultados obtenidos por los Gauquelin, “nada fue hallado que no correspondiese a la tradición astrológica, ni fue hallado nada que contradijese la tradición astrológica” [West 92, p. 249]. Ciertamente, “hubo algunas sorpresas que ningún astrólogo hubiera sospechado, pero que corroboraban poderosamente lo conocido por la astrología tradicional. Por ejemplo, los planetas considerados enemigos a ciertas profesiones, tales como Marte y Saturno para escritores y artistas, Júpiter para médicos y científicos y la Luna para atletas y soldados resultaban estar ausentes” [West 92, pp. 249-250]. Obviamente, “no quiere esto decir que no haya algo así como un escritor marcial o un boxeador lunar, pero, generalmente, la introspección y la imaginación resultan ventajosas en la literatura, pero inconvenientes en el boxeo, mientras que en los deportes resulta esencial la dosis de agresividad asociada a Marte, pero no es de gran utilidad para escribir. De manera que, en las cartas de escritores eminentes, Marte parecía huir de los ángulos, como si dijéramos, apareciendo en ellos mucho menos frecuentemente de lo correspondiente al azar” [West 92, p. 250]. En definitiva, los “fallos” nunca llegaron a enmascarar los “éxitos” conseguidos, hasta tal extremo que, gracias a Gauquelin, “la evidencia [disponible] (…) debería ser el más convincente de los argumentos que pueden plantearse a favor de la premisa astrológica básica, la de que existe una conexión entre los asuntos humanos y la posición de los planetas en el instante del nacimiento (…) quizá haya llegado la hora de afirmar sin equívocos que está naciendo una nueva ciencia. En medio de toda la escoria, parece haber una pepita de oro” [Eyse 82, p. 209].

4. Tras los pasos de Michel Gauquelin. Por si lo hallado no tuviera consistencia suficiente, Suitbert Ertel abundó en lo hecho por los Gauquelin, decantando, refinando, afianzando y profundizando lo obtenido por ellos, buscando exhaustivamente posibles errores, inconscientes o deliberados, que los Gauquelin hubiesen podido cometer en la selección de las muestras utilizadas en sus trabajos. Así pudo constatar fehacientemente que no sólo no existían tales errores, sino que el “efecto Marte”, al refinar los análisis, quedaba considerablemente realzado, siendo posible eliminar además las discrepancias, sólo aparentes, entre los resultados correspondientes a atletas más y menos eminentes [West 92, p. 258, pp. 302-308]. A tal fin, Ertel empleó [West 92, p. 258] cinco grados de eminencia para clasificar los niveles de calidad de los atletas sometidos a estudio, según se recoge en [Erte 88], resultando que “los superestrellas (nivel 5) mostraban un Efecto Marte del 32’2%, los estrellas (Nivel 4) 30%, y así hasta el 24’4% del Nivel 1, todavía por encima del 22’2% correspondiente al nivel del azar” [West 92, pp. 304-305]. De manera que este trabajo “despejó, de una vez por todas, cualquier tipo de duda sobre los posibles sesgos del proceso de selección” [West 92, p. 308] y, a la par, “confirmó la realidad del Efecto Marte [y] dio fundamento objetivo a la observación de Gauquelin de que el Efecto Marte crecía con la eminencia” [West 92, p. 306]. Por otra parte, como Ertel puso de relieve, fueron “las exigencias de los estudios estadísticos las que forzaron en gran medida a Gauquelin a minimizar sus propios 8 resultados. Para lograr muestras suficientemente amplias a fin de garantizar su significación estadística, se vio forzado a incluir gran número de atletas de menor categoría. Si hubiese podido construir muestras suficientemente grandes de estrellas y superestrellas del atletismo (niveles de eminencia 4 y 5) el Efecto Marte hubiese sido mucho más pronunciado” [West 92, p. 306]. Así, “además de dejar zanjada la cuestión de la confiabilidad de una vez por todas, el estudio de Ertel confirmó las dos principales hipótesis de Gauquelin: (1) Los atletas campeones tendían a nacer con Marte saliendo o culminando más frecuentemente que las personas ordinarias (o incluso que los atletas profesionales no destacados). (2) Cuanto más destacados eran los atletas, más pronunciado era el Efecto Marte” [West 92, p. 308]. Con lo cual, “esas correspondencias confirman exactamente la creencia astrológica más vieja y difundida, la afirmación astrológica universalmente reconocida por todas las culturas: la relación entre planetas particulares y rasgos específicos de personalidad” [West 92, p. 308], quedando experimentalmente verificado, además, que los significados atribuibles a los planetas coinciden con los avalados por la astrología tradicional. No sólo se ha comprobado, en consecuencia, que existe una correspondencia entre posiciones de planetas y rasgos caracterológicos (“la relación no era con el destino, sino con el carácter o la personalidad” [Eyse 82, p. 187]), sino que, además, frente a todas las opciones posibles de hacer corresponder diez listas de rasgos con diez planetas astrológicos, ha aparecido la correcta. En rigor, como los resultados obtenidos afectan a sólo cinco de ellos, lo propio es hablar de la única correcta frente a varios miles de alternativas posibles (cinco planetas tomados al azar de entre diez). De manera que Marte se asocia con rasgos como “activo, impaciente, entusiasta, pendenciero, etc.”, mientras Júpiter lo hace con otros como “relajado, conversador, pródigo, feliz, etc.”, Saturno se corresponde con “reservado, metódico, modesto, organizado, etc.”, lo mismo que la Luna con “afable, adaptable, desordenada, soñadora, etc.”, tal cual nos dicen Eysenck y Nias ([Eyse 82, p. 189], por ejemplo). No quedó ahí la cosa: a diferencia de los genéricos fracasos científicos en caracterizar las diferencias psicológicas entre miembros de diferentes culturas, o colectivos, los resultados astrológicos de Ertel vinieron a ponerlas de manifiesto. Pudo comprobarse, por ejemplo, que “los alemanes no necesitaban tener a Marte especialmente posicionado en los ángulos para ser soldados, mientras que los italianos necesitaban una sobredosis” [West 92, p. 255]. “De forma similar, cuando las grandes atletas femeninas fueron consideradas por separado de los hombres, la frecuencia de Marte (…) era superior –sugiriendo que las mujeres necesitaban ‘más Marte’, por así decirlo, para hacer de ellas atletas campeonas– ” [West 92, p. 255]. Así que los resultados de esos tests astrológicos permitieron discriminar particularidades que no era posible detectar, al menos por entonces, con los tests psicológicos convencionales: “Los nuevos tests han tenido éxito poniendo de manifiesto diferencias en las actitudes de orientales y occidentales, pero es todo lo lejos que han podido llegar” [West 92, p. 237], nos dice West al respecto. Por su parte, John Addey se dedicó a analizar armónicamente los datos recogidos por los Gauquelin y obtuvo resultados muy interesantes. La comprensión detallada de los mismos requeriría entrar en consideraciones técnicas y 9 formales que desbordarían claramente lo pretendido en estas páginas, así que sólo comentaré la relevancia del tercer y cuarto armónicos mostrada por los resultados obtenidos por Addey, mencionando únicamente a tal fin la relación matemática de dichos armónicos con los aspectos astrológicos. El tercer armónico hace referencia a la división del círculo en tercios, mientras que el trígono es un aspecto astrológico que también surge de esa partición, siendo asociable a cualquiera de los tres lados de un triángulo equilátero inscrito en el círculo. Análogamente, el cuarto armónico corresponde a la división del círculo en cuartos, mientras la cuadratura es un aspecto también ligado a esa partición, y por ello asociable a cualquiera de los cuatro lados de un cuadrado inscrito en dicho círculo. En este sentido, como nos dice West, “el trabajo de Addey a partir de los archivos de datos de Gauquelin confirma plenamente la importancia del tercer y el cuarto armónicos, lo que, a su vez, respalda (en principio) la importancia que los astrólogos han otorgado siempre a los aspectos mayores, la cuadratura (cuarto armónico) y el trígono (tercer armónico)” [West 92, pp. 325-326]. Así mismo, “Marte y Saturno, los planetas ‘severos’, destacan en el cuarto armónico, en las muestras de científicos y soldados, siendo cuatro el número de lo ‘material’ (los cuatro ‘elementos’), el de la concentración. El tercer armónico resulta prominente en los grupos de escritores y artistas. Tradicionalmente, el tres es el número de lo ‘relacional’, de la facultad de síntesis, reconciliadora de los opuestos” [West 92, p. 326]. En cuanto a Percy Seymour, quien fuera Investigador Principal del Departamento de Magnetismo Solar y Planetario del renombrado Observatorio de Greenwich, mencionar que, como él mismo comenta, el trabajo de los Gauquelin fue uno de sus referentes partida [Seym 90, p. 12]. La investigación que Seymour llevó a cabo le condujo a una teoría sobre lo astrológico y le permitió afirmar “que la astrología, según es practicada por la mayoría de los astrólogos, es una versión muy intrincada de unos cuantos principios científicos básicos” [Seym 90, p. 92]. Seymour plantea la interacción de lo cósmico, lo electromagnético, lo neurológico y lo genético, considerando que “la sintonización de la antena que es nuestro sistema nervioso queda genéticamente determinada por la personalidad heredada y esta sintonización determina también el instante natal” [Seym 90, pp. 150-151]. Dejando claro que “en mi teoría, el zodiaco y sus subdivisiones sustituyen al teclado telefónico normal con sus diez dígitos, viniendo a ser el teclado cósmico de nuestra central telefónica interna. Nacemos cuando el cosmos marca nuestro número telefónico particular” [Seym 90, p. 173]. Eso sí, “el cosmos puede marcar nuestro número varias veces antes de que nazcamos, pero, si no estamos biológicamente maduros (…) no naceremos. La marcación por parte del cosmos de nuestro número telefónico provoca que nuestro sistema nervioso coordine la liberación de un cierto número de hormonas, y esta liberación de hormonas hace que el niño empuje y sea expulsado al mundo” [Seym 90, p. 174].

5. Conclusiones. La astrología está llamando a las puertas de la cultura occidental moderna para, transformándola conceptual y existencialmente, retomar su lugar de referencia y su función evolutiva en nuestra historia individual y colectiva. 10 Lo aportado por los Gauquelin y, tras ellos, por otros investigadores del pasado siglo, muestra con claridad que “toda la evidencia disponible apunta hacia la confirmación; ninguna evidencia señala hacia la falsación de las premisas fundamentales de la astrología” [West 92, p. 302]. Cuando eso sucede en relación con un determinado cuerpo de conocimiento, la ciencia suele darlo por válido, ya que ese “es el criterio comúnmente empleado en la ciencia para considerar probada la verdad de algo –hasta que, o a menos que, sea probada su falsedad–” [West 92, p. 302]: sólo el prejuicio ciego acaba negando ese estatus a lo astrológico. Se quiera o no, se acepte o no, “el veredicto es indudable. Ambos aspectos de la premisa fundamental de la astrología han quedado establecidos más allá de cualquier posibilidad de duda: 1. Existe una correspondencia entre los acontecimientos en los cielos y los acontecimientos en la tierra. 2. Existe una correlación entre las posiciones planetarias natales y la personalidad humana” [West 92, p. 392]. Se quiera o no, se acepte o no, “en conjunto, la evidencia está a favor, no en contra, de las afirmaciones de la astrología” [West 92, p. 393] y “la astrología funciona (…) lo suficientemente bien como para que los astrólogos puedan producir resultados significativos en pruebas mucho más difíciles que lo propio de la práctica habitual de su profesión” [West 92, p. 393]. Como el mismo West se encarga de subrayar, “el único punto principal todavía conflictivo es el de la realidad del zodiaco” [West 92, p. 393]. Ciertamente, “los críticos honrados (…) pueden insistir en que su validez no está probada, pero tampoco falsada [, si bien] los partidarios pueden argumentar, con cierta justificación, que la comprobada capacidad de los astrólogos para trazar y predecir con éxito el carácter, basándose en el horóscopo, implica un aval indirecto del zodiaco, puesto que todos los astrólogos emplearon el zodiaco al llevar a cabo sus interpretaciones estadísticamente significativas” [West 92, p. 393].

Referencias bibliográficas. Erte 88.- ERTEL, Suitbert. “Grading the Eminence, or Raising the Hurdle for the Athletes’ Mars Effect”. Journal of Scientific Exploration, 2, pp. 53-82, Pergamon, 1988c. Eyse 82.- EYSENCK, Hans J., and NIAS, David K. B. Astrology: Science or Superstition? Temple Smith, Londres, 1982. Nav 94.- NAVARRO, Jesús. Signos y Planetas: una Interrelación Estructurada. Memorias del XI Congreso Ibérico de Astrología, pp. 221-237. Gracentro, Valencia, Junio 1994. Nav 00.- NAVARRO, Jesús. Claves y Significaciones Astrológicas. Autoedición, Zaragoza, 2000. Seym 90.- SEYMOUR, Percy. Astrology. The Evidence of Science. Arkana, London, 1990. West 92.- WEST, John A. The Case for Astrology. Arkana, Londres, 1992.

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