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12/10/2024

LA VERDAD ES PERENNE Y LA MENTIRA ES CADUCA

12/10/2024
09/10/2024

LA VIDA Y EL JUEGO DE LAS ETAPAS
La vida es un viaje intrincado, un laberinto de caminos que se entrelazan y se bifurcan, donde cada sendero tiene su misterio. Cada etapa de este viaje está impregnada de lecciones y descubrimientos que moldean nuestro carácter y nos preparan para lo que está por venir.
Al iniciar cualquier aventura, la primera etapa nos enfrenta a lo desconocido. Este momento inicial es, a menudo, el más desafiante. Nos encontramos repletos de incertidumbre y miedo, cuestionando nuestra capacidad para avanzar. Sin embargo, es precisamente aquí donde se siembran las semillas de la confianza y la perseverancia. Al enfrentar este primer obstáculo, comenzamos a descubrir nuestra fortaleza interior. Cada pequeño paso que damos, cada decisión que tomamos, nos brinda la satisfacción de estar en movimiento, de no quedarnos estancados. Superar esta etapa inicial es como romper el hielo; nos permite sentir que, a pesar de las dudas, somos capaces de avanzar.
Los tropiezos y las caídas son inevitables, pero, precisamente, son esos momentos de dificultad los que forjan nuestra resiliencia. Superar esta fase inicial es como encender un fuego dentro de nosotros; nos motiva a continuar y nos da la fuerza de llegar hasta el final.
Superar la primera etapa nos llena de esperanza y fé.
En el rincón más profundo del alma, donde los susurros de la vida se entrelazan con los ecos de nuestros sueños, florece la esperanza.
Es un destello tenue, una luz que parpadea en la penumbra, recordándonos que, a pesar de las tormentas que pueden asolar nuestro ser, siempre habrá un horizonte en el que la claridad renace. La esperanza es un abrigo cálido en las noches más frías, un faro que guía nuestros pasos cuando el camino se torna incierto y las sombras se cierran.
Tener fe es similar a abrazar un amanecer después de una larga noche; es el acto de creer en lo que no se ve, de confiar en que, aunque las circunstancias sean adversas, hay un propósito que trasciende lo inmediato. Es esa chispa que nos impulsa a seguir adelante, a levantarnos después de cada caída, a buscar la belleza en lo cotidiano ya encontrar sentido en el caos.
La fe es el susurro de la vida que nos invita a soñar, a desear y a crear, incluso cuando el mundo parece desmoronarse a nuestros pies.
Cuando la esperanza y la fe se entrelazan, producen una sinfonía de emociones: alegría, anhelo, valentía. Es un abrazo que nos envuelve, una promesa de que lo mejor está por venir. En esos momentos, el corazón se expande, y la vida adquiere un matiz vibrante, como si cada color fuese más intenso, como si cada suspiro llevase consigo la fragancia de un nuevo comienzo.
La esperanza y la fe son las alas que nos permiten elevarnos por encima de nuestras limitaciones, recordándonos que, en el vasto lienzo del universo, cada historia tiene su razón de ser.
En el viaje de la vida, llenos de fé y esperanza avanzamos a la próxima etapa con lo aprendido y con lo que hemos crecido a través de la experiencia. Cada etapa se despliega ante nosotros como un nuevo capítulo en un libro que nunca deja de escribirse. Asumir la próxima etapa es un acto de valentía, un compromiso con el futuro que se nutre de las lecciones aprendidas en el pasado. Es como un guerrero que, después de cada batalla, se levanta con una armadura forjada en la fragua de la experiencia, cada rasguño y cada cicatriz.
Al enfrentar lo desconocido, llevamos con nosotros la sabiduría de los caminos recorridos. Esa sabiduría es un faro que ilumina el sendero, guiándonos a través de la neblina de la incertidumbre. Con cada tropiezo, hemos cultivado la resiliencia.
Con cada momento de duda, hemos descubierto la fuerza que reside en nuestro interior. Así, al dar el siguiente paso, lo hacemos no solo con esperanza, sino con una confianza renovada, sabiendo que somos más.
Asumir la próxima etapa es un acto de creación; es la oportunidad de transformar el dolor en poder, de convertir los fracasos en fundamentos sólidos sobre los cuales edificar nuestros sueños. Es un baile con el destino, donde los pasos son guiados por la memoria de lo que hemos vivido, y el ritmo está marcado por el latido de un corazón que se niega a rendirse.
En esa danza, encontramos la belleza de lo imperfecto, la riqueza de lo aprendido y la promesa de un horizonte que, aunque incierto, comienza a ser visible.
Así, al mirar hacia adelante, nos encontramos con la certeza de que cada experiencia nos ha preparado para este momento. Con la fuerza de nuestras raíces, podemos florecer en lo nuevo, abrazando cada reto con los brazos abiertos y el espíritu indomable. Porque asumir la próxima etapa es, en esencia, ir a la lucha con fé.
Cada desafío superado no solo fortalece nuestra resiliencia, sino que también nos enseña lecciones valiosas sobre la importancia de la paciencia y la adaptabilidad.
Este proceso de superación nos permite mirar hacia atrás y reconocer cuánto hemos crecido desde el inicio. Nos damos cuenta de que somos capaces de más de lo que alguna vez imaginamos, y esa revelación es un combustible poderoso que nos impulsa hacia adelante.
Cuando nos acercamos a la meta, la mezcla de emociones es intensa. La euforia de ver el final a la vista se combina con la reflexión sobre todo lo que hemos transitado.
La vida, entonces, se presenta como un viaje en etapas, donde cada una tiene su propio valor y significado. La meta no es solo un punto de llegada, sino un testimonio de todo lo que has aprendido y crecido y al mirar hacia atrás, entendemos que el viaje es tan importante como el destino. Cada etapa ha sido un capítulo en nuestra historia.
Mi próxima etapa comienza el lunes, cuando iniciaré un protocolo de radioterapia para sanar una metástasis.
Nos volveremos a encontrar cuando inicie el mes de noviembre.

04/10/2024

VIVIENDO CON EL EXTRAÑO.
En lo más profundo de mi ser, hay un extraño que habita, un viajero silencioso que ha hecho de mi interior su hogar. Este ente, invisible a los ojos del mundo, se mueve con la sutileza de una sombra, acechando mis pensamientos y susurrando en mis sueños. A veces, lo siento como un peso, una presencia que se aferra a mis entrañas, como si mi alma le hubiera ofrecido un rincón cálido en el que vivir.
Su llegada fue sutil, casi imperceptible. Al principio, era solo un eco lejano, un mal pensamiento que resonaba en la penumbra de mis pensamientos. Pero poco a poco, fue tomando forma. Se instaló en mis rutinas, en mis risas y mis lágrimas, como un inquilino que no paga alquiler. A veces, me pregunto cómo es que logró infiltrarse tan profundamente en mí. ¿Acaso lo invité sin darme cuenta?
El extraño tiene un rostro cambiante. A veces, se presenta como un amigo, ofreciéndome consuelo en momentos de soledad. Otros, se torna en un crítico implacable, susurrando dudas y miedos en mis oídos, minando mi confianza. Con su presencia, mis pensamientos se vuelven laberintos oscuros, donde la luz apenas se filtra. En esos instantes, me doy cuenta de que su compañía es tanto un refugio como una prisión sombría.
He intentado deshacerme de él, pero parece que el extraño se alimenta de mis luchas. Cuando intento ignorarlo, crece más fuerte; Cuando trato de confrontarlo, se disuelve en el aire como un humo gris. Es un maestro en el arte de la evasión, un artista que pinta mi vida con colores tristes.
Sin embargo, a pesar de su naturaleza perturbadora, hay algo en él que me fascina. Quizás sea su capacidad de hacerme cuestionar, de empujarme a explorar los rincones.
A medida que los días pasan, me doy cuenta de que este extraño quiere ser mi compañero en este viaje, o en lo queda de viaje.
Así que aquí estoy, conviviendo con este extraño que vive dentro de mí, en una danza interminable de lucha, resistencia, victorias y rendición.
Ese ser es como un sentimiento, un anhelo que, tras un largo y tortuoso proceso de despedida, parecía haber encontrado su paz, su lugar en el olvido, pero ese viejo amigo ha desafiado las leyes del tiempo y el espacio, y ha vuelto a hacer acto de presencia, insistiendo en quedarse, sin mi permiso.
Hace 50 días, exactamente un día como hoy, decidí cerrarle la puerta. Ese día terminaron esas sesiones en la montaña rusa de mi propio teatro del miedo. Ese día con determinación, guardé en un baúl las memorias que me atormentaban. Había trazado una línea clara, un límite entre lo que era, lo que había pasado y lo que anhelaba ser. Sin embargo, el tiempo, con su irónica sabiduría, tiene la habilidad de desdibujar esas fronteras, de hacer que lo que creías arrojado de tu vida resurja como un fénix de sus cenizas.
Ahora, ese sentimiento que pensaba había dejado atrás se aferra a mí con una tenacidad que me asombra. Es como una melodía que se repite en mi mente, una canción que no puedo quitar de mi cabeza. Me encuentro en situaciones cotidianas, rodeado de gente, y de repente, su presencia se siente palpable, como un perfume familiar que flota en el aire, se apodera de lo que pienso y hace que si estoy hablando haga silencio, si estoy riendo desparezca el rictus y me aísle, provocando que mis sentidos se agudicen y mi corazón palpite más rápido. ¿Por qué no se va? ¿Por qué sigue insistiendo en ocupar un espacio en mi vida que había intentado desocupar?
A veces, me pregunto si realmente quiero que se vaya. Hay una extraña comodidad en la familiaridad de ese sentimiento. Es un recordatorio de lo que fui, de las pasiones que alguna vez me consumieron y de las lecciones que aprendí a través del dolor. En su persistencia, me confronta con la verdad de que, aunque lo intenté, nunca logré deshacerme de él por completo. Se ha convertido en una parte de mí, como un eco que, aunque mudo, cuenta una historia de miedo.
En las noches más silenciosas, cuando las sombras se alargan, ese eco se hace más fuerte. A veces lo ignoro, trato de distraerme con YouTube, X, Instagram, etc., pero su presencia se cuela entre mis pensamientos, insistiendo en recordar momentos que preferiría olvidar. ¿Es posible que, al intentar cerrar esa puerta, haya dejado una rendija abierta? Un pequeño resquicio por donde ese sentimiento se escabulle, encontrando su camino de regreso.
Quizás sea hora de aceptar su presencia, de no luchar contra lo inevitable. Tal vez, en lugar de verlo como una intrusión, debería considerarlo un compañero de viaje, uno que ha estado a mi lado en las sombras, esperando el momento oportuno para salir a la luz.
En esta danza de lo que se va y lo que se queda, he aprendido que la vida no se trata solo de dejar ir, sino también de aprender a coexistir con lo que persiste.
Así, en esta lucha constante entre el pasado y el presente, estoy descubriendo que lo que creía desaparecido no es más que una parte de mi historia, un capítulo que, aunque doloroso, contribuye a la narrativa de quien soy hoy. Quizás, en el fondo, su insistencia sea un recordatorio de que la vida es, en última instancia, una serie de encuentros y despedidas, y que, nunca nos vamos del todo.
En las profundidades de mi mente, ese extraño habita un rincón que creía reservado para momentos felices, para los recuerdos queridos, para lo mejor de los tiempos pasados, y se aferra como una sombra a la que le gusta bailar en mis recuerdos, …
Pensé había desaparecido por completo, pero sigue conmigo…

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Local PA-48., Planta Alta De La Segunda Etapa Del Centro Comercial Ciudad Del Viento, En La Avenida Prolongación Girardot, Entre Calles Las Flores Y Los Caobos, Santa Irene, Punto Fijo, Municipio Cari
Punto Fijo
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