04/10/2024
VIVIENDO CON EL EXTRAÑO.
En lo más profundo de mi ser, hay un extraño que habita, un viajero silencioso que ha hecho de mi interior su hogar. Este ente, invisible a los ojos del mundo, se mueve con la sutileza de una sombra, acechando mis pensamientos y susurrando en mis sueños. A veces, lo siento como un peso, una presencia que se aferra a mis entrañas, como si mi alma le hubiera ofrecido un rincón cálido en el que vivir.
Su llegada fue sutil, casi imperceptible. Al principio, era solo un eco lejano, un mal pensamiento que resonaba en la penumbra de mis pensamientos. Pero poco a poco, fue tomando forma. Se instaló en mis rutinas, en mis risas y mis lágrimas, como un inquilino que no paga alquiler. A veces, me pregunto cómo es que logró infiltrarse tan profundamente en mí. ¿Acaso lo invité sin darme cuenta?
El extraño tiene un rostro cambiante. A veces, se presenta como un amigo, ofreciéndome consuelo en momentos de soledad. Otros, se torna en un crítico implacable, susurrando dudas y miedos en mis oídos, minando mi confianza. Con su presencia, mis pensamientos se vuelven laberintos oscuros, donde la luz apenas se filtra. En esos instantes, me doy cuenta de que su compañía es tanto un refugio como una prisión sombría.
He intentado deshacerme de él, pero parece que el extraño se alimenta de mis luchas. Cuando intento ignorarlo, crece más fuerte; Cuando trato de confrontarlo, se disuelve en el aire como un humo gris. Es un maestro en el arte de la evasión, un artista que pinta mi vida con colores tristes.
Sin embargo, a pesar de su naturaleza perturbadora, hay algo en él que me fascina. Quizás sea su capacidad de hacerme cuestionar, de empujarme a explorar los rincones.
A medida que los días pasan, me doy cuenta de que este extraño quiere ser mi compañero en este viaje, o en lo queda de viaje.
Así que aquí estoy, conviviendo con este extraño que vive dentro de mí, en una danza interminable de lucha, resistencia, victorias y rendición.
Ese ser es como un sentimiento, un anhelo que, tras un largo y tortuoso proceso de despedida, parecía haber encontrado su paz, su lugar en el olvido, pero ese viejo amigo ha desafiado las leyes del tiempo y el espacio, y ha vuelto a hacer acto de presencia, insistiendo en quedarse, sin mi permiso.
Hace 50 días, exactamente un día como hoy, decidí cerrarle la puerta. Ese día terminaron esas sesiones en la montaña rusa de mi propio teatro del miedo. Ese día con determinación, guardé en un baúl las memorias que me atormentaban. Había trazado una línea clara, un límite entre lo que era, lo que había pasado y lo que anhelaba ser. Sin embargo, el tiempo, con su irónica sabiduría, tiene la habilidad de desdibujar esas fronteras, de hacer que lo que creías arrojado de tu vida resurja como un fénix de sus cenizas.
Ahora, ese sentimiento que pensaba había dejado atrás se aferra a mí con una tenacidad que me asombra. Es como una melodía que se repite en mi mente, una canción que no puedo quitar de mi cabeza. Me encuentro en situaciones cotidianas, rodeado de gente, y de repente, su presencia se siente palpable, como un perfume familiar que flota en el aire, se apodera de lo que pienso y hace que si estoy hablando haga silencio, si estoy riendo desparezca el rictus y me aísle, provocando que mis sentidos se agudicen y mi corazón palpite más rápido. ¿Por qué no se va? ¿Por qué sigue insistiendo en ocupar un espacio en mi vida que había intentado desocupar?
A veces, me pregunto si realmente quiero que se vaya. Hay una extraña comodidad en la familiaridad de ese sentimiento. Es un recordatorio de lo que fui, de las pasiones que alguna vez me consumieron y de las lecciones que aprendí a través del dolor. En su persistencia, me confronta con la verdad de que, aunque lo intenté, nunca logré deshacerme de él por completo. Se ha convertido en una parte de mí, como un eco que, aunque mudo, cuenta una historia de miedo.
En las noches más silenciosas, cuando las sombras se alargan, ese eco se hace más fuerte. A veces lo ignoro, trato de distraerme con YouTube, X, Instagram, etc., pero su presencia se cuela entre mis pensamientos, insistiendo en recordar momentos que preferiría olvidar. ¿Es posible que, al intentar cerrar esa puerta, haya dejado una rendija abierta? Un pequeño resquicio por donde ese sentimiento se escabulle, encontrando su camino de regreso.
Quizás sea hora de aceptar su presencia, de no luchar contra lo inevitable. Tal vez, en lugar de verlo como una intrusión, debería considerarlo un compañero de viaje, uno que ha estado a mi lado en las sombras, esperando el momento oportuno para salir a la luz.
En esta danza de lo que se va y lo que se queda, he aprendido que la vida no se trata solo de dejar ir, sino también de aprender a coexistir con lo que persiste.
Así, en esta lucha constante entre el pasado y el presente, estoy descubriendo que lo que creía desaparecido no es más que una parte de mi historia, un capítulo que, aunque doloroso, contribuye a la narrativa de quien soy hoy. Quizás, en el fondo, su insistencia sea un recordatorio de que la vida es, en última instancia, una serie de encuentros y despedidas, y que, nunca nos vamos del todo.
En las profundidades de mi mente, ese extraño habita un rincón que creía reservado para momentos felices, para los recuerdos queridos, para lo mejor de los tiempos pasados, y se aferra como una sombra a la que le gusta bailar en mis recuerdos, …
Pensé había desaparecido por completo, pero sigue conmigo…