
10/10/2025
¿Sabías que muchos padres confunden amor con permisividad?
Creen que dejar que sus hijos hagan lo que quieran, sin límites ni responsabilidades, es darles libertad. Pero lo que en realidad hacen es preparar adultos incapaces de sostenerse a sí mismos.
Yo no dejaré que mis hijas vivan en ese error. Sí, pueden jugar, reír, pintar murales de colores con su imaginación y construir castillos de almohadas que parezcan fortalezas. Eso es infancia, y no pienso robarles esa magia. Pero junto a la diversión viene algo igual de importante: aprender a recoger lo que ensucian, organizar lo que desordenan y respetar el espacio en el que viven.
Porque una cosa es ser niño, y otra muy distinta es crecer sin rumbo. No es crueldad pedir que guarden los juguetes, que lleven los platos al fregadero o que la ropa sucia termine en el cesto. Es enseñarles a reconocer que sus actos tienen consecuencias, y que la vida no se trata de dejar todo tirado esperando que alguien más resuelva el desastre.
El desorden es parte natural de la infancia, pero la destrucción no. Los niños necesitan equivocarse, manchar paredes, tropezar con sus impulsos. Pero también necesitan que alguien les muestre el camino de regreso: limpiar, ordenar, reparar. Ahí se siembra la semilla de la responsabilidad.
Porque la verdadera enseñanza no está en prohibirles jugar, sino en enseñarles a vivir con equilibrio.
Moraleja: Educar no es dar comodidad eterna, es formar carácter. Si tus hijos aprenden a cuidar su espacio hoy, mañana sabrán cuidar de sí mismos y del mundo que los rodea.